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viernes, 5 de mayo de 2017

LA COSA ESTÁ MUY MALA....

Escribo a partir de una certeza y una incógnita: el toreo ha cambiado y no sé a dónde va. 
Desde  la Maestranza he contemplado, con pena, que todo se confunde: el arte con el artificio; el valor con el arrojo; la naturalidad con la afectación; lo clásico con lo hortera; el toreo con el no toreo. 
Salió un toro con casta y Morante de la Puebla, sorteando al viento, dibujó naturales que eran hondos y de seda, suaves como la última caricia. 
Y en redondo, muy profundo, aguantó el empuje del burel y ligó tandas bravías, porque el toro apretó y el maestro no cedió terreno.
 Fue todo muy puro y muy de verdad, de mucha entrega, y con ese valor que es el auténtico valor: seco, sin muecas, sin arrebatos.
 Para casi todos, invisible. Tras estocada y dos avisos no hubo mayoría de pañuelos, así que desde el palco se le negó el trofeo.
 Hizo bien, de no ser porque usted debería haber dimitido el sábado de feria del año pasado, señor presidente.


Luego se la dio a Talavante, que la cortó casi sin querer salvo por la estocada, que fue atracándose. El toro se movió sin clase y él, que es un gran torero, lo paseó de un lado a otro sin comprometerse y sin forzar la embestida. Es decir, sin torearla. Pero al público le pareció bien y le aplaudió más que a Morante, que fue el único que hizo el toreo en toda la tarde.

 Y Sevilla parecía un pueblo, y el gentío sacó cuatro o cinco pañuelos más que en la faena anterior, y los hubiera sacado también para David Mora de no marrar con la espada su atolondrada labor al magnífico tercero, un entrepelao bravo y con raza con el que demostró de nuevo su gran voluntad, pero también sus notorias carencias técnicas, su falta de temple, su confusión estética…
 Pero la gente era feliz, y los oles se encadenaron uno tras otro, y David dio una ovacionada vuelta al ruedo en la que ni la vuelta, ni las ovaciones tenían justificación alguna. 
Y en el sexto, un toro que tuvo veinte arrancadas para soñar el toreo (¿por qué no entró Morante en quites?), volvió David a intentarlo sin atinar salvo en contadísimos muletazos, pero la música sonaba y el público aplaudía. Y si llega a matar le hubieran dado otra oreja desde un palco como el público: sin criterio. Y antes, aburrido de sí mismo, Alejandro había trasteado al quinto toro sin alma, sin pasión, sin el sentimiento que demanda el arte de torear.
 Como si fuera uno más en vez de ser lo que es: nada menos que un torero soberbio.

Y antes, frente a un manso lidiado en cuarto turno, Morante dibujó lances y chicuelinas en las que explicó otra vez, ante todos y en realidad ante nadie, qué es esto de nacer torero.
 El público, en cambio, sólo rugió en un arriesgado par al quiebro y cuando la montera, tras el brindis, cayó boca abajo.
 De verdad: la cosa está muy mala…

Por Álvaro Acevedo.
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