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lunes, 16 de enero de 2017

Tauromaquia en el siglo XXI (1º)

La Tauromaquia y la propia corrida ha seguido una senda evolutiva.
 Puede recordarse a título de ejemplo la incorporación de los petos de picar a partir de 1928, o los cambios en la cabaña brava durante el siglo XX.
 Pero se han conservado en todo este tiempo una serie de valores y principios que han sido su cimiento sostenedor.
 En un momento en el que se oyen insinuaciones tendentes a proponer modificaciones aún por concretar en algunas normativas taurinas, conviene reflexionar sobre estos principios y valores, con el propósito de vislumbrar cuales contribuirían al mejor futuro de la Fiesta o, por el contrario, la desvirtuarían.
 Es el tema que aborda en este artículo Antonio Jesús Ortega Mateos, Experto por la UNED en la dirección de espectáculos taurinos y miembro de ANPTE.

La relación totémica o agonista entre el hombre y el toro está fehacientemente documentada desde hace al menos 2.000 años, aunque seguramente desde mucho antes ritos, juegos, sacrificios, competiciones o hazañas han tenido lugar con estos protagonistas.
 Sin embargo, solo la corrida de toros moderna que llamamos “a la española“ , ha superado las fronteras locales, convirtiéndose en un espectáculo universalmente conocido, que ha permitido emocionar e inspirar generación tras generación a tres siglos de humanos.
Denostados o prohibidos directamente los festejos taurinos por las más altas autoridades e instituciones, desde Las Siete Partidas en el siglo XIII, por el Papa Pio V en el siglo XVI o por la pragmática de Carlos IV en los albores del siglo XIX, nada ni nadie ha podido impedir que esta fascinación por el enfrentamiento con el toro tome cuerpo definitivo y trascendente en lo que se ha definido como la Tauromaquia y su mejor representación en la corrida, “el conjunto de conocimientos y actividades artísticas, creativas y productivas, incluyendo la crianza y la selección del toro de lidia, que confluyen en la corrida moderna y el arte de lidiar, expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español”.
Tauromaquia y corrida evolutiva y evolucionada sin duda, mírese solo la incorporación de los petos de picar a partir de 1928 o los cambios en la cabaña brava durante el siglo XX, pero que ha conservado en todo este tiempo una serie de valores y principios que han sido su cimiento sostenedor.
En un momento en el que se oyen insinuaciones tendentes a proponer modificaciones aún por concretar en algunas normativas taurinas, conviene reflexionar sobre estos principios y valores, con el propósito de vislumbrar cuales contribuirían al mejor futuro de la Fiesta o por el contrario la desvirtuarían, abocándola a su extinción.

Tauromaquia y corrida
En el mundo actual en que se ha cosificado la condición de muchos animales, sometiéndoles a condiciones de vida y muerte indignas y se han extinguido especies sin contemplaciones, la Tauromaquia ha constituido un círculo virtuoso alrededor del toro bravo, que partiendo de su crianza preservadora de su singularidad específica y única que es la bravura, representa el mayor respeto posible a su naturaleza intrínseca.
Así, la especificidad de la bravura seleccionada y perfeccionada por el hombre desde el siglo XVIII, confiere al toro bravo su esencial estatus de animal salvaje criado por el hombre para el desarrollo de su hostilidad y agresividad naturales para con el propio hombre.
 La Tauromaquia ensalza una coherencia distintiva y respetuosa para el toro, que debe vivir y ser lo que su naturaleza exige y la prevalencia de los derechos de los hombres sobre los de cualquier otra especie y en paralelo nuestros deberes para con las especies salvajes, abstenernos de perjudicar su equilibrio, preservar su diversidad y proteger a las especies amenazadas.

La corrida de toros tal y como la conocemos hoy  permite la expresión de esa naturaleza, con el ordenamiento en la representación de un rito arcaico, el del combate entre el toro bravo y el hombre provisto de elementos básicos para su desempeño. Cuenta indefinidamente un mismo relato cuyo final está previsto, pero cuya ejecución es siempre única, irrepetible y fugaz.
 Es al mismo tiempo un espectáculo visual circular, completo y explícito, sin bastidores, ni decorados, la exposición cruda de la transparencia de un combate donde se va a dirimir la posibilidad del dominio del hombre sobre la fiera, el triunfo de los valores humanos sobre la fuerza salvaje, pero donde es esencial el principio del toro combatiente fuertemente armado, dotado de todos sus atributos y por lo tanto activo en su ser.
De este modo,  la corrida y su punto final, la muerte del toro distan mucho de ser un ritual de sacrificio, porque en ella se desarrolla fundamentalmente un combate cuyo principal actor es la virtud activa de la bravura del toro. No hay pues víctima pasiva ni inmolador sacerdotal, hay lidia en la que el toro representa un valor simbólico de poder extraordinario, hay combate en el que los que intervienen, toros y hombres, representan altos valores heroicos.
La liturgia de ordenamiento del ritual de la lidia envuelve y atempera lo que podría ser el caos reinante ante la imprevisible acción del toro, un aparente orden total de posiciones , símbolos y gestos como contrapunto a la permanente amenaza que promueve un enfrentamiento cuya idea rondadora es la muerte.
Un desafío en cada instante donde el peligro para la vida de los lidiadores está presente, pero donde se anuncia inexorablemente la muerte del toro.
 Dos éticas necesarias que conviven armónicamente en la corrida y sus reglamentos, le ética del combate que impone aceptar la lucha frente a frente , sin trampas y con un adversario no disminuido ni manipulado y la ética moral que exige el triunfo de la vida del hombre sobre la muerte del toro.
La corrida pues dignifica y exalta a ambos intervinientes por igual, al hombre porque no le equipara al animal, sino que lo eleva sobre éste y al toro de lidia porque el hombre afronta la lucha respetando su condición combativa, en el enfrentamiento más leal posible.

Un combate sin duda asimétrico que solo puede encontrar su soporte ético si es llevado a cabo con la mayor lealtad posible, con respeto a las armas y aptitudes integrales del toro de lidia. 
Atentar físicamente contra el toro, trampear su lidia, disminuir sus defensas o aminorar su combatividad sería tratarle como una plaga a la que se puede exterminar o peor aún como una cosa que se puede manipular a nuestro antojo, en definitiva como una cosa innoble.
 Un combate reñido con orden y con respeto absoluto del adversario, esa es la esencia agonista de las corridas de toros.

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