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lunes, 11 de julio de 2016

Ante Víctor, el torero muerto

Ahora, ante el torero muerto parece que no cabe más que el dolor y la tristeza por el ser humano desaparecido. Pero cabe algo más: la reivindicación del torero como referencia del hombre grande que decide dedicar su vida a una vocación que persigue la gloria por el camino más cercano al fracaso.
Hay que estar loco para ser torero. No se puede calificar de otra manera a quien se enfunda en un traje de luces y se enfrenta a un animal poderoso y salvaje a sabiendas del inminente peligro y de que es una profesión plagada de emocionantes historias rotas, de cicatrices ardientes, de decepciones personales, y, a veces, como en esta, de muerte.

Pero torero se nace. Y lo que para la mayoría de los humanos es una demencia, para el aspirante a torero es una obsesión sin la que no puede vivir.
Y elige la profesión más dura del mundo, la que lo aparta de la vida, le roba la adolescencia y la juventud, la que exige el máximo sacrificio, el esfuerzo sobrehumano, la entrega absoluta, y sin garantía de que le devolverá nada de lo aportado.
Por eso, el mundo del toro está lleno de sueños irrealizados; de toreros que lo son solo en su imaginación, pero de hombres, todos ellos, especiales y ejemplares, porque son héroes en un mundo en el que prevalece la búsqueda constante de la seguridad.
Hoy, ante el torero muerto, cabe recordar que Víctor Barrio era de uno de esos jóvenes que decidió dedicar su vida por entero al toro. Tenía ya 20 años cuando se puso delante de una becerra por primera vez. Muy tarde, pero sorprendió a todos por su afición y, sobre todo, por su tesón.
Y el 13 de junio de 2009, se vistió de luces en un pueblo de Toledo, y estuvo sensacional, según cuenta un hombre que fue su apoderado. Víctor “tuvo afición y cualidades para ser figura”, repite, “pero no siempre la suerte fue su aliada”.
¡Ay, la suerte…! Destacó como novillero y fue figura que recorrió las ferias más importantes. Pero pronto llegó la prueba de fuego, la alternativa, el Domingo de Ramos de 2013, en Madrid, con El Fundi como padrino y su compañero Juan del Álamo como testigo. No tuvo suerte ese día, ni tampoco poco más tarde, en San Isidro, y todas las posibilidades se derrumbaron.
Llegó el temido parón profesional que a tantos afecta y pocos consiguen superar. Víctor no lo consiguió; o no ha tenido tiempo para conseguirlo.
Y ahí anduvo, en tierra de nadie, hasta que en 2015, en la temprana feria de Valdemorillo, con la televisión como altavoz, se reivindicó como torero y consiguió el triunfo que hubiera necesitado en Las Ventas para alcanzar la meta soñada. Pero Madrid se le resistió una y otra vez.
Cuando llegó a Teruel contaba la tercera corrida de la temporada; pocas para quien había apostado fuerte. Y allí, el destino le jugó una faena. Quede, sin embargo, el recuerdo de un superhombre que optó por la suerte de los grandes. Él lo había barruntado en su cuenta de Twitter: “Siempre pensé que la vida la viven los cobardes y la disfrutan los valientes, aunque, a veces, el precio sea demasiado caro”. Demasiado, Víctor, demasiado…

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