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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Homenaje dinástico

Dinastía Posada, 150 años de toreros

El rejoneador Francisco de Posada inició esta saga a finales del siglo XIX y entre sus descendientes se cuentan ya cinco matadores de toros
"Salía yo de Triana por la tarde y me iba a la dehesa de Tablada, para averiguar si había ganado encerrado que pudiésemos torear. Eran dos o tres leguas de caminata, a campo traviesa, para esquivar el encuentro con los guardas, recelosos de todos los muchachillos que se acercaban al ganado. Salíamos a la hora precisa para que la luna nos diese de lleno cuando estuviésemos en el cerrado. (...) Un día nos dijeron que se nos había acabado lo de ir a torear a Tablada, que habían puesto a un nuevo guarda: el Niño Vega, un guapo de La Macarena que se había hecho famoso entre los flamencos por cuatro o cinco faenas de esas que entonces permitían vivir toda la vida. Su presencia en Tablada era para nosotros una contrariedad. Hasta entonces había estado allí de guarda el padre de Posada, que era un buen hombre y procuraba cumplir con su deber sin encarnizarse con los pobres torerillos».
Este relato es del mismísimo Juan Belmonte. Sus primeras andanzas en el mundo del toro surgieron en parte gracias a la 'vista gorda' que muchas veces hacía Francisco de Posada.
 Así se lo contó al periodista Manuel Chaves Nogales, cuando este escribió una de las biografías más importantes, convertidas hoy en día en uno de los libros taurinos más destacados: 'Juan Belmonte. Matador de toros. Su vida y sus hazañas'.
Francisco de Posada fue un rejoneador de finales del siglo XIX. Su trayectoria profesional había sido prolífica y había amasado una gran fortuna. Sin embargo había terminado por arruinarse y lo hicieron guarda mayor de Tablada, una dehesa situada enfrente de La Maestranza de Sevilla, al otro lado del río, en la zona que ahora se conoce como el barrio de Los Remedios. Hasta esa finca se desplazaba para torear el que por entonces era un chaval que aspiraba a ser matador. Así comenzó la relación entre los Belmonte y los Posada.
Francisco tuvo tres hijos: Curro, Antonio y Faustino, los cuales siguieron sus pasos. Antonio fue un gran torero de la época. A Faustino lo mató un astado de ocho años de edad, de la ganadería de Miura cuando le quedaban dos semanas para tomar la alternativa, un 18 de agosto de 1907 en la plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda. Recibió una cornada en el cuello que fue mortal. Por último, Curro también fue matador de toros. De hecho, tomó la alternativa en Pamplona, un 13 de julio de 1913. Alternó mucho con Juan Belmonte y ambos debutaron como novilleros en Madrid el mismo día. Los tres toreros tenían una hermana llamada Rocío, madre de Juan, que también fue matador de toros: Juan Posada.
Nació en Sevilla pero su familia se trasladó a Huelva. En 1947 debutó y comenzó a rodarse por pueblos de la sierra onubense, hasta que un día Pablo Chopera lo llamó para sustituir a Antonio Chaves Flores en San Sebastián. Aquella tarde cortó un rabo y comenzó una apasionante carrera que le llevó a triunfar en Madrid como novillero, llegando a salir a hombros en varias ocasiones, lo que hizo que tomase la alternativa en Las Ventas en 1952. Fue un 14 de mayo, de manos de Parrita y 'El Litri' con toros de Alipio Pérez Tabernero.
Días después cortó tres orejas en una corrida de Galache y se proclamó triunfador de la feria de San Isidro. Aquel torero de corte clásico y puro, que derrochaba quietud y que había bebido taurinamente de las fuentes de Belmonte comenzaba a despuntar y a triunfar allá por donde iba.
Sin embargo, en 1953 sufrió una grave cornada en Sevilla cuando toreaba un toro de Prieto de la Cal, sustituyendo a Ordóñez. La cornada partió la arteria femoral y a punto estuvo de costarle la vida. En dos ocasiones le dieron la extremaunción.
Después de un proceso de recuperación lento, volvió a torear pero ya nada era lo mismo. Así que decidió retirarse y se licenció en Ciencias de la Información, convirtiéndose así en el primer matador de toros periodista titulado. Falleció hace poco más de un año, pero los que lo conocieron lo definen como una buena persona, con carácter pero especial, distinta y peculiar.
Juan tuvo un hijo que también siguió sus pasos, Antonio, quién tomó la alternativa en 1990 en Villarrobledo y que actualmente se encuentra retirado de los ruedos. El quinto matador de la familia es más cercano en el tiempo: Santiago Ambel Posada (Badajoz, 1984) pero, si la suerte acompaña, no será el único pues sigue de cerca sus pasos su hermano pequeño, Juan Luis 'Posada de Maravillas' (Badajoz, 1994), novillero sin picadores y alumno de la Escuela Taurina de Badajoz. Ambos son nietos de Juan Posada. Su madre, Maravillas, es hija del torero y periodista andaluz.
Por si fuera poco, ambos son primos del banderillero Javier Ambel, que actualmente forma parte de la cuadrilla de Sebastián Castella. Los 'Posada' son, por tanto, una de las dinastías más largas que aún permanecen en activo.
Ambel Posada cuenta que de pequeño decía que quería ser torero, aunque no con mucha contundencia. Un día encontró una muleta que pertenecía a su tío y comenzó a dar pases, casi como un juego, como si hubiese encontrado un balón y empezase a dar toques. «Hasta que mi primo Javier se mudó a Badajoz y decidió apuntarse a la Escuela Taurina», rememora. Santiago comenzó a acompañarle, sin apuntarse a la Escuela, hasta que un día cogió un capote y empezó a moverlo, sintiendo algo especial. Al poco tiempo decidió inscribirse, pero con el objetivo de aprender a torear de salón, sin más pretensiones.
«No quería torear vacas, hasta que me echaron una becerra de Píriz un día en la Escuela, me pegó varias volteretas y pensé que no era lo mío. Luego salió otra 'coloradita' y recuerdo que la cité con la mano izquierda y pasó. Y luego la volví a citar y volvió a pasar, y sentí cómo estaba dominando aquel animal con un ligero toque de muñeca... ese día supe que al menos quería intentarlo», apostilla el matador de toros que recuerda el día que su abuelo le vio por primera vez.
Fue en una visita que hizo a Badajoz, unas navidades. «Recuerdo que fuimos a la ermita de Bótoa porque yo quería enseñársela y entonces, en el campo, me dijo que sacase el capote y la muleta que quería verme torear. Le dije que no, que me daba vergüenza porque había gente por allí pero entonces me recordó que si quería ser matador de toros iba a tener que torear en público, así que tendría que quitarme la vergüenza», comenta.
Su hermano Juan Luis decidió que quería dedicarse al toro viendo los pasos de su hermano. Su padre le llevó a verle en una novillada de Madrid y quedó encantado con el ambiente, lo que hizo que acudiese a más festejos. «Hasta que un día fui a un tentadero a campo abierto en la finca de Miguel Moreno, se vino una vaca hacia donde yo estaba y la eché para fuera con un capote que yo tenía. Luego otra, que iba por las querencias, le di un pase y me gustó. Empecé a ir a la ganadería de Luis Terrón a torear vacas que tenían las fundas puestas, detrás de un rejoneador y supe que era lo mío», cuenta el joven pacense.
Los Posada siguen escribiendo en el libro de la historia del toreo la magnífica estirpe de una gran dinastía torera. 

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