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miércoles, 8 de julio de 2015

David contra Goliat

Por Alejandro Martínez

El sistema taurino, que es injusto y corrupto, está agotado. Los nuevos tiempos que nos han tocado vivir exigen cambios y puestas al día. Y todos, o casi todos, en este país están -de mejor o peor gana- haciendo los deberes. Pero como los taurinos -entiéndanse, aquellos que viven de la Tauromaquia- son los más chulos y aún se creen el ombligo del mundo, siguen anclados en una época ya felizmente superada. Creen que todo puede seguir como hasta ahora. Es decir, que pueden continuar llenándose los bolsillos a costa de los más débiles. Parecen creer que siguiendo el camino de la estafa y la mediocridad, la fiesta tendrá un esplendoroso futuro.
 Pero, afortunadamente, en los últimos años, por unas u otras causas, estos señores han sufrido alguna que otra cura de humildad. Y es que muchos ya se han cansado. Se han cansado muchos aficionados hartos del mismo espectáculo decadente y sin emoción tarde tras tarde; y también se han cansado algunos toreros que ya no se resignan a jugarse la vida para llevarse las migajas de la tarta.
Sí, aún queda mucho por hacer y por cambiar -el sistema es muy poderoso- pero parece que ya se va abriendo la veda. Y es que no se crean que al sistema sólo se le puede vencer desde los despachos o en la lejanía del ruedo, todo lo contrario.
 Esta tarde, por ejemplo, en Pamplona, un torero llamado Alberto López Simón plantó cara al sistema y acabó triunfante. 
El joven torero madrileño, hasta ahora maltratado y olvidado por las grandes empresas, consiguió algo mucho más importante que cortar tres orejas en la primera corrida de toros de la Feria de San Fermín. López Simón, a base de actitud y valor, le pegó toda una bofetada al sistema y dijo alto y claro: 
“Aquí estoy yo”.

 Y como él, otros tantos jóvenes que esperan –sentados en sus casas- la oportunidad. Sí, lugares en unas ferias cerradas a las novedades y la regeneración. Ferias que cuentan únicamente con unas acomodadas figuras que no saben lo que es el compromiso, y con toreros acabados que siguen dando pases –torear es otra cosa- por distintos intereses empresariales y mediáticos.

 Que se lo digan si no a Juan José Padilla, el mismo que hoy en Pamplona protagonizó un petardo tan escandaloso como indignante. Y así, como si de esa escena bíblica de David contra Goliat se tratara, Alberto López Simón llegó a Pamplona para reventar el sistema. Sabía lo que se jugaba y aprovechó la oportunidad jugándose la vida con verdad. Este torero, que venía de cortar cuatro orejas el pasado mes de mayo en Madrid, tras evolucionar y madurar en las últimas temporadas parece que ha eclosionado. Con un valor frío y sereno que da escalofríos, López Simón no dio un paso atrás.
  Siempre firme, asentadas siempre las zapatillas en el ruedo, anduvo muy por encima de un lote mediocre y arrancó un total de tres orejas. Pero más allá de los trofeos, lo más importante fue la imagen y sensaciones que dejó. El de Barajas tiene mucho valor, pero es que además posee un gran concepto. En unos tiempos de toreo ventajista, forzado y retorcido, da gloria ver a un torero que se coloca de frente y corre la mano encajado de riñones y con gran verticalidad en la figura. Y, claro, cuando uno torea así, se pasa a los toros a milímetros y la emoción brota en los tendidos.
A su primero -el tercero-, un toro serio y armado pero bajo y bien hecho, lo dejó crudo en el caballo y después comenzó la faena por estatuarios. Quieto, muy quieto. El animal, noble pero justito de fondo, se movió al principio pero fue a menos. No le importó a un López Simón que intentó siempre alargar la embestida pero conservando la estética y la quietud. Había firmado varias series notables de toreo fundamental, pero antes de terminar aún tuvo tiempo para echarse de rodillas y correr la mano con templanza. Y encajado. Cogió la espada y tras un par de bernadinas se tiró a matar, pero la espada cayó baja. La gente pidió las dos orejas. El presidente le dio una, el trofeo justo.
El sexto, muy serio y ofensivo, tampoco le puso el triunfo en bandeja. Dio igual, el madrileño volvió a tirar de bragueta y se arrimó como un jabato. Un arrimón de verdad, auténtico, no esos de mentira que tan acostumbrados estamos a ver ante animales moribundos. El de Jandilla tenía dos leños en todo lo alto y aún tenía vida aunque le costara repetir, pero Alberto se inventó un trasteo en el que llegó a sacar muletazos a base de insistir y de ponerse en el sitio. Con las zapatillas hundidas en la arena y entre los pitones, el animal acabó totalmente dominado. Y repito: todo con verdad, con el pecho, las puntas de las zapatillas y el corazón frente al toro. De nuevo se tiró a matar, y otra vez la estocada no fue todo lo arriba que debía.
 Pero esta vez el clamor pudo con la exigencia y el doble trofeo cayó. 
Y ese hombre, López Simón, el mismo que había llegado como un desconocido para muchos, se convirtió en el primer gran triunfador de la Feria del Toro 2015. ¿Le seguirán cerrando puertas?

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