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jueves, 8 de enero de 2015

Regenerar la Fiesta.

Por lo que puedan dictaminar las urnas, de aquí al mes de mayo --cuando se celebren las elecciones locales-- se abre un periodo importante para dar un nuevo impulso de la regeneración de la Fiesta. 
En lo institucional y en lo netamente taurino.
 Y así, por ejemplo, dejar definitivamente resuelta la cuestión de los arrendamientos de las plazas constituye un empeño importante. Pero no es menor el interés que reviste saber aprovechar esa tendencia hacia arriba del consumo, como las Navidades pasadas han dejado en evidencia. 
Hay caminos diversos para caminar hacia delante, desde la convocatoria que ha lanzado la Unión de Criadores a la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos; pero lo importante radica en levantar la persiana y ponerse a trabajar

Como en cualquiera de nuestras casas, recogidas todas las figuras del belén, buscando deshacerse del árbol sin agredir a la naturaleza, camino de algún contendor para tantos cartones y papeles como dejaron a su paso los Reyes, toca pasar bien la aspiradora y ventilar la casa. Bueno, pues eso, pero en la Tauromaquia, debiera ser la tarea en la que nos empeñáramos entre todos, ahora que ya se comienzan a anunciar los primeros carteles para 2015.
Claro que airear y pasar la aspiradora supone tanto como reconocer previamente que hay muchas cosas que barrer y limpiar. Y en efecto, las hay. Sin caer en pesimismos, poco necesarios cuando una temporada está para nacer, está claro que hemos ido dejando entre todos que los problemas se amontonen. 
En algunos casos será por una escasa voluntad de arreglar las cosas; pero en otros, la mayoría, porque en el toreo se dan en abundancia “los hombres del mañana”, esos que siempre dejan para el día siguiente lo que deberían haber hecho hoy, sino es que era para antes de ayer, tratando luego de resolverlo más mal que bien en el último minuto.
Y así, tenemos ahí, un poquito “colgada de la brocha”, a la Comisión de Asuntos Taurinos. En este caso, no se puede achacar a los políticos, que están cumpliendo en su fecha los compromisos adquiridos, que ahí está ya en su tramo final la Ley de salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, como siguen su camino las propuestas sobre arrendamientos, Escuelas Taurinas o el nuevo Reglamento.
Pero salta a la vista que los sectores profesionales podían hacer algo más. Sin ir más lejos, cuando se produjo la discusión de la traída y llevada frase del año:  el mundo del toro está en quiebra, la Unión de Toreros no tuvo empacho en afirmar que los grandes empresarios no se querían comprometer con los trabajos de esta Comisión. Nadie les ha desmentido, por ahora.
Por su cuenta se han tirado a la piscina del diálogo Carlos Núñez y sus huestes de la Unión de Criadores. Y lo han hecho a conciencia de los riesgos de esa iniciativa. El primer capítulo, pese a las ausencias, superó la prueba con nota. Con la entrada de 2015 al caer debiera estar la segunda parte de la cumbre de Sevilla, que es la que nos dará una medida más cierta del futuro que espera a esta oferta de hablar todos con todos --ANOET y los ex del G-5, también-- en la búsqueda de soluciones realistas.
Algunos, quizá ingenuamente, pensábamos que ese dialogo a todas las bandas era muy propio de ser desarrollado en el seno de la Comisión Nacional. Pero está claro que eso no procede, porque no se da un requisito necesario: que los sectores taurinos estuvieran estructurados adecuadamente en organizaciones profesionales fuertes, cohesionados y con más propósitos que los de reclamar derechos.
 De hecho, se observa que para pasar por la ventanilla de las reclamaciones muchos suelen mandar a la “representación oficial”; pero a la hora de trabajar de abajo a arriba, lo de arrimar el hombro individualmente ya es otro cantar. Cualquier excusa parece buena para dejar de hacerlo.
Pero hay que volver a repetir lo ya dicho en otra ocasión: dejar pasar la oportunidad que representa esta nueva Comisión Nacional constituye un grave error de cálculo, que pagaremos cuando se complique la vida política, como pudiera ocurrir a partir del próximo mayo. Como así ocurra para lo taurino --para lo demás, allá cada cuál con sus ideas--, se cumplirá el refrán: “nos vamos a enterar de lo que vale un peine”, si es que no acudimos a ese otro no menos socorrido del “¡Ay madre, ay madre!”.
En coyunturas como las que hoy vivimos, en las que se entremezclan los signos de esperanza --el arreglo del pleito de Sevilla o la “Generación del 14”, por ejemplo-- con otras nubes bastante negras, de manera consciente es la hora de apostar por los primeros, siquiera sea porque las desesperanzas tan sólo lleva al desistimiento.
Pero las esperanzas para que sean auténticas hay que trabajárselas, no nacen y ni se desarrollan desde la nada. Y para ello, 2015 está ahí, con los abrazos abiertos para recibir a quien quiera trabajar. Sin embargo, nada eso supone poner la casa patas arriba; mirar también debajo de las alfombras no supone mandar al desguace todo los enseres de la casa, supone simplemente limpiar lo que anda un poco sucio.
Por delante tenemos cinco meses –en la práctica, hasta que llegue la feria de San Isidro con las elecciones locales-- que pueden ser cruciales para sentar las bases definitivas de la Tauromaquia del siglo XXI. Como arte y como actividad de negocio, como institución y como hecho jurídico.
Son unos fundamentos que pasan por mil facetas: desde abrir los carteles hasta la negociación definitiva con las Corporaciones públicas; desde conceder al méritola razón final de las contrataciones hasta apoyar con hechos, no con palabras, a la nueva novillería. Todo un camino apasionante en el que sobran trapisondistas y faltan gentes dispuestas a trabajar “por amor al arte” en beneficio de la Fiesta.
Pero entre las tares pendientes, una muy destacada: saber gestionar la política de precios --y consiguientemente de toda la economía taurina-- en un contexto de mejoría en la salida de la crisis.
 Racionalizar los números, poner los toros al alcance de todos, fidelizar a nuestra clientela… Nada nuevo, porque todo eso está inventado desde que se inventó el papel moneda; la cuestión pendiente es ponerlo en práctica.
En suma, antes que defendernos de los adversarios externos, resulta duro tener que reconocer que lo más conveniente, incluso lo prioritario, pasa por librarnos de los enemigos y los cenizos internos, que en ocasiones bien parece que quieren dinamitar cualquier intento de regenerar la Fiesta.

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