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lunes, 12 de enero de 2015

Continuidad y trascendencia del toreo

Parece en nuestros tiempos algo totalmente inexplicable justificar la permanencia de asunto tan remoto como el de la Tauromaquia. 
Esto, a mi parecer es alucinante por varias razones. En medio de la globalización, de los países que se van integrando a mercados más concretos, la fiesta se mantiene en esas naciones que se suman al dictado de la modernidad.
 Por otro lado, sorprende que cuando los pueblos americanos alcanzan su independencia, algunas de ellas que, divorciándose de toda influencia española, sin embargo mantuvieron su tradición taurina. 
En torno a estas cuestiones el historiador José Francisco Coello Ugalde escribe un importante artículo que si bien parte de la experiencia mexicana, puede extenderse al conjunto de la geografía.


En medio de la globalización, de los países que se van integrando a mercados más concretos, a tratados de libre comercio, a ejemplos de progreso como el de la Comunidad Económica Europea (de la que España forma parte), la fiesta se mantiene en esas naciones (como la propia España, Portugal, Francia, en el viejo continente; o en este lado del mundo: México, Perú, Colombia, Venezuela) que se suman al dictado de la modernidad.
Asimismo hay otro fenómeno que me sorprende. Cuando los pueblos americanos comenzaron a gestar su emancipación, a principios del siglo XIX, una de las razones fue sacudirse la herencia tres veces centenaria que pesaba sobre habitantes e instituciones; también en sus tradiciones y formas de pensar. Fue por eso que conseguida su independencia, algunas de ellas pusieron en práctica, y de inmediato sistemas de gobierno que lograron imponer una nueva forma de vida, divorciándose de toda influencia española, que de todas formas se seguía respirando en el ambiente. 
Por ejemplo, en Argentina y Uruguay se prohibieron las corridas de toros.
 En México, hubo permanencia bajo circunstancias muy particulares.
Teniendo a Estados Unidos de Norteamérica como vecino, país que obtuvo su independencia desde 1776, era para nuestros antepasados “la imitación extralógica”, prototipo así llamado por los investigadores. Contaban los norteamericanos con principios liberales bastante consolidados, que sirvieron como modelo.
Sin embargo, “hubo dos tesis correspondientes a dos tendencias que se combaten como opuestas por sus respectivos objetivos, y fundadas en dos visiones diferentes del devenir histórico; pero dos tesis que acaban postulando lo mismo, a saber; hacerse de la prosperidad de Estados Unidos, pero sin renunciar al modo de ser tradicional por estimarse éste como de la esencia de la nueva nación. Ambos quieren, pues, los beneficios de la modernidad, pero no la modernidad misma”. (Edmundo O´Gorman).
Así que entre las muchas cosas que no desaparecieron, además del culto religioso que quedó profundamente enraizado en la cultura mexicana, también permanecen el burocratismo, auténtica institución que surge desde tiempos tan lejanos como los de Felipe II, y las corridas de toros. 
Esta última es una herencia de los conquistadores, quienes al concluir su propósito guerrero, asentaron una costumbre que hicieron suya los conquistados, en tanto ceremonia que de alguna manera mantenía todo aquello relacionado con la sangre y el sacrificio, propio de culturas indígenas que fueron sometidas por los hombres blancos y barbados.
En plena colonización y desarrollo de la Nueva España, el espectáculo taurino alcanzó alturas insospechadas pues las demostraciones del toreo a caballo llegaron a oídos del propio Miguel de Cervantes y Saavedra; aquí grandes autores lo elevaron a sitios de extraordinaria calidad. Poco a poco, fue penetrando un “ser” propio, el “ser” americano, es decir esa manera que le daban aquellos antepasados para interpretar, con su propia idiosincrasia, o “indosincrasia” los aspectos de la vida en general, reflejadas no solo el toreo, sino en lo cotidiano.
Aspectos de esta naturaleza se vieron matizados de nuevos ropajes, mismos que le dieron sellos de autenticidad, circunstancia que dejará ver que lo cambiante es la forma, no el fondo. 
El fondo, esa raíz española, suma de otras culturas: judías, árabes, romanas, hispánicas, se integra en América para compartir, luego de las sangrientas jornadas de conquista, con otras tantas de fuente indígena, dueña de una cultura impresionante, que se asimilaron en híbridos, y en nuevas ramas que forman parte del amplio espectro que es hoy México, en lo particular.
Así, el toreo de a pie, no negó el cimiento español, pero le prodigó sellos, como marcas de fuego, los enriqueció con un estilo muy propio, que se convirtió en “nacionalismo taurino”, esa forma en que diversas manifestaciones del campo pasaron directamente a la plaza para compartir juntos en tardes memorables. 
Después vino la “reconquista española” en 1887, que impuso la expresión del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna que ha ido modernizándose en manos de diversos toreros hasta llegar a ser lo que es en nuestros tiempos, sin olvidar que un buen día, Rodolfo Gaona les devolvió la conquista en ruedos españoles, con lo que se “universaliza el toreo”, como lo señalara el recordado José Alameda.
De esa manera, y bajo un vistazo-relámpago, de la trayectoria taurina en nuestra nación, vemos que vale la pena seguirle dando continuidad y trascendencia al toreo, que se mantiene vivo, a pesar de todo.
Estas notas fueron escritas al finalizar 1999. Por eso, es bueno recordar hoy, que ya ha comenzado el 2015, que debemos reforzar y redoblar (no sé si será mucho insistir en multiplicar) el esfuerzo encaminado a una legítima defensa de este espectáculo taurino en México tan depauperado, venido a menos, y cuya manipulación ha rebasado los límites de la tolerancia. 
Poderes fácticos, empresas televisivas entrometidas en el negocio pero sin clara muestra de abonar en beneficio de su buena imagen. Prensa que, diciéndose taurina no hace ni maldita la cosa por fijar un posicionamiento a partir de esa gran herramienta mediática como son los medios masivos de comunicación. Con excepciones, las menos, no esperamos mucho, salvo que ocurra una situación inesperada capaz de formar un frente común.
Lamentablemente los aficionados tenemos que estar haciendo esas labores de remiendo, limpieza e higiene en un territorio que le corresponde a la crítica taurina. Poco o nada esperamos de autoridades también indefensas frente al poder que manda y no vemos cuándo vuelva a salir el toro, sobre todo ahora que para la empresa de la plaza de toros “México” va a comenzar el “festín”, es decir la presentación de carteles con figuras que, como Enrique Ponce o Pablo Hermoso de Mendoza vienen a imponer condiciones, a someter (imagínense el ganado que va a lidiarse: encierros que garantizan, presentación, la mínima, edades bajo sospecha).
El encanto de ese segmento de la temporada, está por llegar, aún y cuando el “cumplimiento” de los 12 festejos obligatorios en torno al “derecho de apartado”, haya supuesto una etapa anodina, violentada por el abuso, los excesos (orejas a destajo), dos indultos injustificables, encierros mal presentados y con signos de ausencia en casta, bravura y edad. Todo lo anterior complacientemente aprobado por autoridades maniatadas, que tampoco va a encontrar ningún apoyo en la delegación política “Benito Juárez” ni por parte de la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal.
¿Quiénes son los paganos?
Esa “afición” que en minorías han acudido a 12 festejos soportando todo esto, pero sobre todo un desprecio de quienes esperamos mejoras significativas: empresa, autoridades, prensa. Como aficionados nos sentimos ofendidos. Sinceramente la fiesta va a menos y, antes de que suceda una desgracia conviene hacer algo para evitarla.
Entre quienes además de esta denuncia hacemos labor al empujar aquel propósito de que la tauromaquia sea declarada Patrimonio cultural inmaterial, sentimos un gran temor pues llegado ese preciso momento no sé si habrá razones que justifiquen tan caro anhelo. En verdad no sabemos que vaya a suceder. 
Por eso debemos estar alertas, y ayudar a que el espectáculo taurino encuentre un aliento. Si ha de morir, dejémosle bien morir, y más aún si es de muerte natural.

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