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domingo, 19 de octubre de 2014

Una cuestión de prestigio

Un maestro inactivo de 52 años se anunciaba para matar cuatro toros a estoque, pero el cincuentón, en su juventud, había mandado en la Fiesta nada más que una década. Nada más, entiéndanme la ironía. Y mandó bajo el nombre de guerra de Espartaco, marca cuyo prestigio habría de defender, y a fe que lo hizo. Su flequillo permanece, pero ya no es rubio, sino cárdeno, y su sonrisa también aparece intacta. Tampoco ha olvidado su temple, con el cual por cierto, se hizo dueño de la tarde. Juan se relajó en un segundo enemigo bravo y noble, castaño albardado, de Juan Pedro Domecq, y con un ritmo extraordinario. 
Espartaco lo acarició lento y lo toreó a veces con magistral elegancia, acompañando con la cintura una muleta de seda. Fue una faena melancólica que recordó su época más dorada, y tras pinchazo y media en la yema, al bravo le cortó las dos orejas. Otras dos le cortó al tercero, serio por delante, de embestida profunda y larga, ideal para un toreo de mucho mando, con sabor por naturales y limpieza en redondo. Y en el sexto, que fue a regañadientes, le cuajó una faena de pura casta sin rúbrica con la espada. Luego pidió el sobrero, le armó el taco con el capote y la muleta y lo mató de estoconazo que redondeaba una actuación soberbia.
Le acompañó en el cartel el rejoneador Andrés Romero, que se empleó a fondo con dos enemigos demasiado terciados para un jinete ya de su nivel. Quiebros excelentes, galopes de costado, piruetas ajustadísimas, palos en todo lo alto... Los onubenses lo sacaron a hombros junto a Espartaco, el líder de los ochenta que, siete lustros después, defendió el prestigio de su nombre. Matando cinco toros.
Álvaro ACEVEDO.  http://www.larazon.es/



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