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jueves, 20 de diciembre de 2012

Retos para la defensa de la Fiesta en el S.XXI



Las propuestas del profesor Gil González

El profesor Juan Carlos Gil González, de la Universidad de Sevilla, donde dirige la Cátedra "Ignacio Sánchez Mejías" de Comunicación y Tauromaquia, presentó una muy interesante ponencia en el Encuentro "Visión y retos para la Defensa de la Fiesta de los Toros en el S.XXI". Su intervención, que nace de su profunda vocación taurina y de sus estudios en materia de Comunicación Social, nos acerca un mundo de posibilidades que, de una u otra forma, todos tenemos a nuestro alcance a la hora de trabajar a favor de la Fiesta. Y así, junto a cuestiones de orden más institucional, también incluye posibles vías de actuación que tan sólo exigen la voluntad de llevarlas a cabo.

 
Juan Carlos Gil González, Universidad de Sevilla  
La Tauromaquia es un fenómeno social, total, complejo e íntimamente intrincado en la particular historia de la cultura mediterránea. No podemos desconocer que desde sus orígenes hasta la actualidad ha habido pocas disciplinas artísticas que no se hayan preocupado por este hechizante fenómeno cultural que supone la unión del toro y el torero en la plaza.
Desde la antropología a la arqueología pasando por la historia, la literatura, la filosofía, el derecho, las artes plásticas, el periodismo… han puesto de manifiesto el profundo arraigo que desde siempre ha tenido en la Península Ibérica este simbólico matrimonio entre la inteligencia y la fiereza. Hay pocas fiestas populares con tantos matices y con tantas reminiscencias mitológicas, misteriosas e incluso hasta fantásticas, que explican el ser y el sentir del ser humano.
La riqueza del toreo abarca muchas parcelas:
--La Tauromaquia como elemento conformador y signo de identidad de la cultura mediterránea.
--La Tauromaquia, como fuente de riqueza por su capacidad para generar puestos de trabajo en distintos ámbitos; artesanía, edición, ganadería, transporte…
--La Tauromaquia como elemento vertebrador del mundo rural y como actividad que todavía hoy posee un amplísimo conocimiento oral que es obligatorio que lo conservemos como una gran patrimonio inmaterial. El aprendizaje de los oficios de generación en generación.
Fue en París en torno a los primeros años del siglo XX cuando la etnología impulsó el estudio de la Fiesta de los toros desde diversas perspectivas. El grupo de historiadores, sociólogos, antropólogos… que acudían al Collège de Sociologie o al Musée de l’Homme de París, aislaron el concepto de sacrificio y lo analizaron desde la óptica humanista, como una necesidad espiritual para el ser humano, hecho que tuvo especial repercusión en la interpretación de las corridas de toros.
El descubrimiento de estas nuevas leyes, costumbres, formas de vida, folklore,… sirvió para comprender mucho mejor las antiguas sociedades del Mediterráneo, que estaban todas organizadas alrededor del sacrificio del toro. Estos nuevos científicos recogieron e incorporaron esos novedosos avances y tenían la sensación de que, en las corridas de toros, asistían a una ceremonia de resonancias muy arcaicas.
Este retorno a los orígenes del Mediterráneo y a su cultura sacrificial movilizó en la Europa de principios del siglo XX tanto a artistas como a científicos, pensadores, escritores… Sólo desde esta óptica sacrificial es éticamente aceptable el curso completo de la lidia y el proceso que hace posible la asunción simbólicamente voluntaria de la muerte del toro.
De acuerdo, pues, con Ortega y Gasset y con Caro Baroja, podemos sustentar que el conjunto de rituales festivos que conocemos con el nombre de Fiestas de toros constituyen el hecho diferencial que mejor nos distingue del resto de nuestros congéneres, no sólo a los españoles sino también a los pueblos que provienen de la cultura mediterránea (franceses, italianos e incluso latinoamericanos). Hoy, los habitantes de la Península Ibérica, juegan y sacrifican toros bravos para rememorar los grandes valores de nuestra identidad: el poder telúrico de la naturaleza, la destreza humana, el arrojo, la valentía, el poder inmaculado y virginal del toro, la capacidad sugestiva del torero…
Gracias a la existencia de estos juegos rituales con los toros bravos ha supervivido el último testimonio del primer hálito espiritual del hombre civilizado. Esta relación sagrada es, sin duda, la que ha permitido que bajo su amparo, el toro, ese impresionante y bello animal no haya desparecido para siempre.
Con estos argumentos, mal que bien, hemos sobrevivido hasta ahora. Sin embargo, la sociedad europea ha cambiado y este argumentario está caduco, no es suficiente. Hay que pasar a la acción y dejar los debates de salón.
Ahora se ha impuesto una nueva sensibilidad que por “ley” pretende hacerse extensiva a todos los que no comulgan con la misma filosofía. El lema es: no a las corridas de toros.
Debemos argumentar que no es así. Pero tenemos que trabajar mucho más. La Tauromaquia debe promocionarse, difundirse, enseñarse, comprenderse, abrirse al siglo XXI y adaptarse a una sociedad cada vez más urbana, sensible e interconectada con el mundo y visual.
El movimiento antitaurino niega las corridas de toros porque las equipara a la tortura… Ante eso hay que contestar que la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, adoptada y abierta a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General en su Resolución 39/46, de 10 de diciembre de 1984 entrada en vigor: 26 de junio de 1987, de conformidad con el artículo 27 sostiene que
Se entenderá por el término “tortura” todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físico o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. No se considerarán torturas o dolores o sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas, o que sean inherentes o incidentales a éstas.
La tortura tiene como objetivo hacer sufrir. Que las corridas de toros impliquen la muerte del animal no significa que el sufrimiento de toro sea el objetivo, -de hecho no más que el sacrificio del cordero en la fiesta grande musulmana-.
Torturar a un hombre o a un animal implica que se hace sobre un ser vivo privado de la posibilidad de defenderse. Y esto no ocurre en la corrida de toros, que como indica su etimología, consiste en correr, atacar, brincar y, por tanto, pelear. Sin la particular acometividad del toro, las suertes del toreo carecerían de valor, es decir, si el toro fuera un ser pasivo o desarmado la lidia no tendría sentido.
Pero voy más allá. Entiendo que los antitaurinos consideran al torero como el torturador y al toro como la víctima de la tortura. En dicha supuesta tortura, nuestro particular torero-torturador pone en grave peligro su integridad física, se arriesga a la cornada y asume la posibilidad de la muerte.
La execrable tortura real, la verdadera, en la que realmente hay una víctima, ¿no se denomina así, precisamente porque el torturador sabe a ciencia cierta que no va a sufrir ningún quebranto por parte del torturado? ¿La tortura no es tortura precisamente porque para la víctima está reservado todo el dolor y para el victimario no hay riesgo alguno?
¿Imaginamos que un torturador real se atrevería a torturar si estuviese expuesto a las reacciones imprevistas de la víctima? ¿Se comportaría igual si supiese que la víctima puede responderle? ¿No es debido a una quijotesca apostasía contra el lenguaje la que permite semejante equiparación? ¿No estamos con ello rebajando la condición de la verdadera tortura?
Sin embargo, hay otros argumentos para defender la Fiesta en el ámbito ecológico que no se han puesto encima de la mesa y que deberíamos saber difundir. Pongo por caso: en la primavera, el valle del Jerte se convierte en una explosión de olor, color y turismo con la floración de los cerezos. Lo mismo ocurre en La Rioja en los meses otoñales en los que los viñedos se van tiñendo de matices rojos y ocres. Sin embargo, ningún agricultor del Jerte ni ningún viticultor de La Rioja diría que el objetivo principal de sus empresas es el disfrute del paisaje cambiante, sino la consecución de unos resultados económicos que permitan la viabilidad de sus empresas. Ésta es la actitud racional teniendo en consideración los parámetros del mercado.
En el ganadero de reses bravas esa racionalidad económica no es prioritaria puesto que aunque todas las ganaderías buscan la rentabilidad pocas pueden decir que lo consiguen. ¿Por qué? Porque comercializan un producto de difícil valoración y oculto hasta su lidia: la bravura, lo que unido al exceso de oferta determina un mercado de competencia imperfecta con precios a la baja donde son las ganaderías de prestigio las que se imponen.
¿Por qué siguen existiendo dichas ganaderías? Porque los propietarios obtienen otro tipo de renta, que es la que los especialistas denominan “renta ambiental”. Campos Palacín (CSIC), especialista en economía ambiental, calcula que el 66% del total de los beneficios económicos de las dehesas de bravo corresponde al valor ambiental (renta ambiental autoconsumida).
Hasta mediados de los setenta, se considera signo de progreso roturar las dehesas, y por tanto, la Administración subvencionó el arranque de encinas y robles para conseguir su objetivo. Sin embargo, encontró la decidida resistencia de unos propietarios que defendieron a capa y espada sus rentas ambientales. Al margen de que su uso y disfrute sea o no un privilegio, no se puede dejar de desconocer que ha permitido la conservación de amplios territorios que se han convertido en fuente de recursos ambientales.
Han sido los propios conservacionistas y ecologistas los que demandado la protección de la dehesa como ecosistema agroforestal único. Quizá interesadamente, desconocen que en dicho ecosistema, son las razas autóctonas las que, por su rusticidad y adaptación, mejor aprovechan y conservan la dehesa. Las 500.000 hectáreas dedicadas al toro bravo, que por cierto, proporcionan unas manchas únicas de bosque adehesado, procuran un espacio medio por cabeza de entre una y seis hectáreas.
Si a estos datos les unimos, la mínima presencia humana en las ganaderías, la movilidad que se garantiza al ganado y su crecimiento en semi-libertad, no nos sorprende que el toro de lidia sea uno de los mejor adaptados al ecosistema de la dehesa.
Este aspecto de la ganadería brava como reserva de bienes públicos ambientales, debería de ponerse encima de la mesa a la hora de debatir sobre el futuro de la Fiesta, puesto que la dehesa como ecosistema en equilibrio nos indica que lo que le ocurra a uno de sus componentes afectará indudablemente a la totalidad.
Podríamos ofrecer un sinfín de argumentos sobre este sentido, sobre la fascinante combinación de gracia, sabiduría, arrojo e inspiración de un torero y sobre la bravura, nobleza y fuerza de un toro en todo su esplendor. E incluso podríamos expresar que una buena faena crea unas imágenes que participan al mismo tiempo de la intensidad de la música y el movimiento de la danza, la plasticidad pictórica del arte y la profundidad efímera de un espectáculo teatral, algo que tiene mucho de rito e improvisación y que se carga de un simbolismo que representa la condición humana, ese misterio del que está hecho la vida, que existe gracias a su contrapartida que es la muerte.
Propuesta para la defensa de la Fiesta:
1.Unión de todos los estamentos taurinos. Una única voz que luche por los intereses generales y no por los particulares de la fiesta de los toros.



2.Creación de grupos de trabajo “profesionales” en todos los ámbitos: jurídico, económico, político, social, educativo, comunicativo…, y que trabajen coordinados en virtud de una estrategia común que se ponen en práctica todos los años.
Educativo
Diseñar asignaturas interactivas para los colegios, institutos y universidades en las que explicar de forma sencilla los aspectos básicos de la Fiesta. Es decir, que una de las actividades extraescolares ofertadas sea la Tauromaquia. Y en ellas, implicación directa de los protagonistas. No es suficiente, porque se queda sólo en los aficionados, la cantidad de recursos y jornadas que se organizan por toda España, pues habría que coordinarlas y potenciarlas para que la difusión y el impacto fuesen mayores.
Diseñar itinerarios históricos sencillos por los que visitar virtualmente las plazas de toros, las ganaderías y por los personajes más importantes de la Fiesta, con los que resaltar la influencia de los toros en la historia de la cultura mediterránea.
Ofertar visitas a museos, ganaderías y plazas de toros vinculadas.
Trabajar los aspectos lúdicos; concursos de relatos taurinos, sorteo de entradas en las cadenas de radio, difusión y regalo de merchandising taurinos, clases prácticas, tentaderos gratuitos en las plazas de toros los domingos por la mañana…
Comunicación
Elaborar un mapa de los problemas comunicativos de la Fiesta ¿por qué no sale en los medios de referencia? ¿Cuándo sale? ¿Por qué ese silencio informativo? ¿Cómo funcionan los medios?
Con publicidad, pues habrá que crear una agencia de publicidad (o contratarla) que ofrezca un mensaje rompedor, divertido, apasionado, emocionante, solidario, comprometido de la Tauromaquia. Hay que generar, desde el propio entramado taurino, la inversión publicitaria suficiente para aparecer en los medios de referencia. Y esa inversión debe ser anual y coordinada.
Una vez que los macromedios de comunicación se percaten de nuestra capacidad de inversión y de nuestro dinamismo, verán como los informativos tienen un hueco para la Tauromaquia. No debe olvidarse que la mayoría de los medios de comunicación son empresas privadas que tienen como objetivo la obtención de plusvalías.
¿Anuncios en las televisiones de las grandes ferias: Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao?
Utilizar las “guerrillas” informativas en las redes sociales, como hace el movimiento antitaurino. Desde el respeto, sin insultar y con argumentos, contraatacar a todos los improperios que recibimos desde las redes sociales. Cuando hay retransmisiones taurinas, llamadas por teléfono a los programas cuando hay debates.
¿Para cuándo una manifestación en defensa y protección de la Tauromaquia, con las figuras del toreo, ganaderos, aficionados en la cabecera de la misma? ¿Por qué no? Es un derecho constitucionalmente válido y reconocido.
Político
La fiesta de los toros no es de nadie. No tiene ideología o, por lo menos, no debería identificarse con ningún partido político porque, en el juego maquiavélico del arte de la política, eso significaría que se excluye a los adversarios. Si yo defiendo A, la oposición defiende B, por principio.
Tender puentes entre todos los partidos del arco parlamentario para que nadie patrimonialice la Tauromaquia. Todos bajo una única aspiración común (aunque fuera mínima) y que se propusiesen reformas (y no sólo el aumento del IVA) para que los pliegos de las plazas no fuesen estratosféricos, para que partes de los canon revirtiesen en el fomento, promoción y difusión de la Fiesta.
Organizar un grupo potente de intelectuales y políticos que conformase el tan mencionado como inexistente “Lobby Taurino”. Que se fuera a Bruselas y que trabajase diariamente allí en la sede de las instituciones europeas, principalmente cerca de la Comisión, del Consejo y del Parlamento, pues así lo hacen los antitaurinos. Que tomase iniciativas propias (organización de seminarios de trabajo, explicación del movimiento económico “real” de la Fiesta, explicación de los beneficios de la Tauromaquia en todos los campos: artes, literatura, arquitectura…).
Social
Organización de un festival taurino en homenaje a una persona de reconocido prestigio que no tiene por qué ser taurino necesariamente. Además, vincular ese festival a la financiación de una investigación universitaria… Hay tantos proyectos interesantes en el Vicerrectorado de la Investigación de la Universidad de Sevilla que cualquiera estaría dispuesto a recibir unos buenos miles de euros para: becas de investigación, contratos de innovación docente, patentes…
¿Y yo, por qué propongo todas estas opciones? Porque me duele la Fiesta, porque es mi pasión, porque estoy enamorado locamente de ella, porque no concibo mi vida sin su pasión, porque los detalles de mi vida están vinculados a los toros. Y porque me duele que la maltraten entre todos. Y porque soy aficionado.
Porque para mí los aficionados son los seres más afortunados del planeta. Somos homo sapiens, pero en la misma medida somos también homo ludens. Y la palabra aficionado conlleva todas las virtudes de la mirada limpia. Un aficionado a los toros, no es otra cosa que una persona que posee una vocación de actor y espectador a la vez; completamente gratuitas, fraguadas en la infancia y cultivadas en la madurez. Un gusto porque sí, una devoción, una pasión, un capricho que, como sentenció Oscar Wilde, es la manera más grande de manifestarse el amor.
Un aficionado taurino es un gozador de la particular y endiablada locura del arte toreo. Le roba tiempo a su familia; hace miles de kilómetros siguiendo a sus matadores; sufre aglomeraciones tediosas; paga por sentarse en una piedra incomodísima; a veces hace colas insufribles; gasta mucho dinero y no siempre se está seguro de ver un acontecimiento único.
Para un aficionado, la Tauromaquia no representa la vida, sino que es la vida misma, con su azar, con su tragedia, con su muerte y con su felicidad. Los aficionados celebramos la tauromaquia porque hay una comunión entre el torero y los espectadores que nos permite ocupar por un momento la línea abismal que separa la vida de la muerte.
La vida necesita esa atmósfera excitante, apasionada, ilusionante, imaginativa que proporciona la Tauromaquia para que los que nos sentimos atraídos por este arte irrepetible podamos vivir en plenitud. Nuestra existencia precisa la música taurina porque ella es interpretada por los “espíritus libres” que nos conducen a una sucesión idílica de estados emocionales placenteros…
¡Ojalá que los estamentos taurinos sepan defender nuestro particular modo de estar en el mundo, por ellos y por nosotros!

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