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jueves, 26 de julio de 2012

El gran drama de los toricantanos

 

En el comienzo de temporada dos novilleros punteros tuvieron alternativas u tanto sonadas. Alberto López Simón ascendió al escalafón en plena feria de abril de Sevilla, y Víctor Barrio hizo lo propio en Madrid. Y hasta hoy. Parados andan, salvo algún festejo aislado por plazas de tercera. De los nuevos, tan sólo Jiménez Fortes, doctorado en agosto de 2011 en Bilbao, ha conseguido ir abriéndose paso, y eso en buena medida gracias al amparo que tiene en una casa fuerte, como la de los Choperas, que se preocupa de ponerlo en todas las plazas en las que tienen influencias.
Este es que les toca vivir a los toreros nuevos. Ahora, acentuado además por los efectos de la crisis y la consiguiente reducción del número de festejos. Les hacen dar un paso trascendental, cuando no tienen el menor respaldo para mantener una cierta actividad que los curta en el oficio y que les permita asumir mayores compromisos.

Una buena parte de esta situación viene derivada de la moda actual, según la cual las figuras copas hasta carteles de plazas portátiles, y nada digamos de los pequeños ciclos de segundo orden.
Los puestos que tradicionalmente estaban destinados a estos toreros nuevos, que les permitían estar en activo y completar su formación, hoy los tienen en disputa entre los 20 primeros del escalafón. No queda hueco para más.
Es cierto que en ocasiones se trata de alternativas cogidas muy con alfileres, que en la mayoría de los casos no pasan de responder a la fórmula de buscar un primero, que resuelta la manía de las figuras de no abrir cartel y que además “no moleste”. Pero aún así, resulta triste que a quienes deben pugnar por ser la generación del relevo no se les de margen algún.
A este fenómeno no es ajena la propia devaluación de lo que significa la alternativa. Como circular por el carril de los novilleros hoy cuesta un dineral y abrir camino es una aventura que exige normalmente padrinos, en cuanto están medio preparados les hacen dar el salto de escalafón, para probar fortuna en su nueva situación.
 Hoy por hoy, esa fortuna es aciaga a más no poder.
Algunos toreros no tan antiguos, que incluso tuvieron ambiente como novilleros, a la hora de la verdad renunciaban a dar ese paso, porque consideraban que no se daban las circunstancias para poder funcionar dignamente entre los matadores de toros
. La mayoría optaba por el vestido de plata, rango en el que alcanzaron lugares muy preeminentes. Y es que en esa época la alternativa era algo a lo que se le tenía mucho respeto. Con uno mismo, pero también por lo que en sí mismo significa el Arte del Toreo. Hoy, en cambio, deambulan años y años por el escalafón, a base de tres o cuatro corridas por temporada, a la espera de un milagro --que rara vez llega-- que lo ponga en circulación.
Para más inri, andamos en épocas duras y difíciles, en la que las empresas no pueden bajar la guardia en la confección de carteles, por lo que no andan para hacer favores. No hay más que ver como un torero que andaba en lugares preeminentes, en cuanto baja el diapasón se ve metido en carteles de muchos menos relumbrón. Vean, por ejemplo, los carteles en los que ahora mismo anda metido Cayetano, una vez que con reiteración se ha dejado ir Madrid y Sevilla. Si eso pasa con toreros con un cierto nombre y una administración diligentes, lo que ocurre con los nuevos acaba por no llamar la atención.
Y es que alfo falla en todo esto. Sin ir más a tiempos lejanos, cuando tomó al alternativa El Juli tenía hecha lo que quedaba de temporada y la siguiente. Otro tanto le ocurrió a José Mª Manzanares o a Miguel A. Perera, por citar unos ejemplos. Cierto que en estos tres casos, con los lógicos altibajos provocados por el cambio, los tres dieron la cara y respondieron a lo que se esperaba de ellos. Pero cierto también que tuvieron a su favor un margen de confianza para poder consolidarse.
Otro caso no lejano. Tras tomar la alternativa Enrique Ponce no tenía tan claro, por más que hizo más de una machada para abrirse camino. Aquella temporada hizo las ámericas con bastante éxito. Es de recordar como en esas navidades ya hubo algún empresario, caso de Manolo Chopera, que apostó por sus posibilidades, por más que para eso tuviera que empeñar su palabra ante los propietarios de algunas de sus plazas, antes las reticencias que levantaba su apuesta. Acertó el empresario de plano, pero se jugó su prestigio en aquella apuesta. Y Chopera nada tenía que ver con la administración del torero; tan sólo que lo había visto tan bien ruedos americanos que estaba convencido que iba a ser la novedad del año. Esos romanticismos hoy no se llevan.
Y en un par de generaciones anteriores, contaba Antonio Ordoñez que, a raíz de tomar la alternativa, se quedó parado. Los contratos no llegaban y el tiempo pasaba. En esas, le llamaron para cubrir una sustitución en la feria de Santander, que entonces estaba muy lejos de su relevancia actual; el triunfo en aquella tarde le puso de nuevo en circulación y en valor. Ya no paró hasta la retirada.
Claro que en esas épocas los carteles de septiembre no estaban ya cerrados en el mes de abril, a base del sota, caballo y rey más convencional, sino que los triunfos, incluso fuera de Madrid o Sevilla, puntuaban. Hoy en día prácticamente Pamplona es la única feria en la que espera a los triunfadores para cerrar sus carteles; en los demás andan ya pergeñados con meses de antelación. Como mucho se puede aspirar a entrar por la vía de las sustituciones, hoy más disputadas que nunca.
Pero nadie concebía, además, que quienes mandaban en el escalafón superior se pelearan por un sitio en los carteles de plazas de tercera, con tal de sumar festejos para las estadísticas del año.
A todo este fenómeno no es ajeno, por lo demás, la costumbre de muchas corporaciones locales de exigir al arrendatario que en su plaza tienen que anunciar a un numero determinado de toreros del grupo 1 y otro tanto del grupo 2, siendo como son meras adscripciones estadísticas, que ya en poco representan anda que tenga que ver con calidades toreras. Esta costumbre, para qué engañarnos: nacida de la desconfianza hacia el proceder de los empresarios, acabó por hacer bastante daño.

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