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martes, 25 de octubre de 2011

Sobre Chenel.



NO ES PAÍS PARA SEÑORES:

Nunca antes un mechón blanco había sido sinónimo de torería. Hasta que llegó Antoñete y lo cambió todo volviendo a lo que nunca cambia: el toreo eterno. El clasicismo.

Lo de Chenel no era solo toreo. Era un modo de vida. Era el Carpe diem a la española. El aquí y ahora. El querer fumarse la vida aunque la vida misma se empeñase en regalarle tabacazos sin ton ni son.

Y ahí estaba él, recogiendo las colillas que los señoritos se dejaban a medias en Las Ventas para poder vendérselas a los obreros y ganar cuatro perras con las que malcomer.

Y ahí seguía, refugiándose en la casa del mayoral del coso de la calle de Alcalá porque sus padres, represaliados del régimen franquista, no tenían ni futuro ni presente que ofrecerle. Solo pasado. De dolor y rabia.

Y él cogió el dolor y lo transformó en torería. En esa manera de andar, por la plaza y por la vida, con la cabeza alta y el corazón al otro lado del pecho, siempre por delante, cargando la suerte a golpes de señorío.

Qué tendría Antoñete que los modernos de la movida lo enarbolaron como uno de sus símbolos. Él solito consiguió atraer a la plaza a miles de jóvenes que llenaron los tendidos de chupas de cuero, de peinados imposibles, de rebeldía, de aires nuevos, de ganas de comerse el mundo. Y luego dicen que el toreo es de derechas. Menuda panda de indocumentados.

Torero de toreros, en su adiós lluvioso logró sacar a la calle a más de cinco mil personas que le jalearon en su última puerta grande. Y hasta el sol le hizo un corte de mangas a las nubes para sacarle pañuelos blancos en esos cinco minutos de gloria eterna.

Qué curioso. Torero de toreros y lo más granado del escalafón se excusó para no llevarle en volandas en su faena más sentida. Para qué mentar ausencias. No lo merecen. Mejor decir cómo le gritaron "Torero, torero", con las lágrimas agarradas entre las pestañas, Manuel Caballero, Rafaelillo, Luis Miguel Encabo, El Boni, El Puno, Martín Recio, David Navalón "El Jaro", Enrique Ponce, Julio Pedro Saavedra, Miguel Abellán, Javier Conde, Cayetano Rivera, José Manuel Montoliú, Antonio Ferrera, Robleño, David Luguillano, Juan Mora, El Soro. Y seguro que alguno más que no logré ver entre el gentío. Toreros de verdad. Con honor y respeto por sus maestros. Con vergüenza torera.

Y su gente. Su Madrid echado a la calle, llenando la explanada de Las Ventas como en sus mejores tardes, queriendo tocar el capote de la Virgen de la Paloma que lo cubría, llorando desconsolados, gritándole "Viva" porque un señor como él nunca muere. Qué pena que este no sea país para señores.

NOELIA JIMENEZ

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